domingo, 15 de marzo de 2009

Fan

Matías pidió un día en el trabajo para poder ir al recital. No, mejor pidió dos. Total después los recupera. Matías guardó los lentes de contacto, los anteojos de ver y los anteojos de sol, el cepillo de dientes, el desodorante, una remera extra (negra por supuesto), unos pañuelitos descartables, el reproductor de MP3, las mentitas frutales, la billetera con sus billetes ordenaditos de menor a mayor según su valor nominal, un planito de los subtes, las llaves, una buscapina por si le duele la panza, una aspirina por si le duele la cabeza, el pasaje dobladito y se fue.
Hacerlo llevar un abrigo fue todo un tema, pero finalmente dio el brazo a torcer. Matías insistió en irse de bermuda y se salió con la suya. Matías se murió de frío en el colectivo y se acordó de mí cuando le dije "Llevate abrigo que en el colectivo se abusan con el aire acondicionado". Matías durmió casi todo el viaje hecho una bolita en el asiento. Matías llegó a Buenos Aires y me avisó que había llegado bien, como había prometido. Matías caminó y miró vidrieras. A Matías le dio hambre y se comió una hamburguesa.
Matías se tomó un colectivo y se fue al teatro. Matías llegó temprano pero no le importó. Matías entró y escuchó a la banda. Cuando se estaba yendo, Matías se encontró una púa y cuando la iba a levantar, un fan se avalanzó sobre ella. Matías, cómo a quien se le pasa la vida entera por delante de los ojos cuando va a morir, recordó, de repente, todos los souvenirs recitaleros que había recolectado a lo largo de los años: un pedazo del corset de Marilyn Manson, múltiples púas de Megadeth y un pedazo de baqueta de Megadeth (la parte que decía Megadeth, que no es poco), un CD de Biohazard y un guante del batero de Machine Head, entre muchos otros. Recordó como, aunque no los hubiera buscado, todos estos objetos aventados desde el escenario y destrozados por los seguidores ávidos de mementos habían ido a parar directamente a sus manos como designio del destino. Recordó como había tenido que tironear, empujar, pisotear, pellizcar para quedarse con los restos. Matías miró al fan a los ojos y, determinado a no dejar ir la preciada púa, y como un verdadero Gollum del metal, se aferró a su hallazgo y semiacostado en el suelo cubrió la púa con la mano izquierda. El fan escarbaba vehementemente, como poseído. Pero Matías estaba decidido a quedarse con ella. El tiempo pasaba y Matías, previendo la pronta debilidad de su mano mala, decidió hacer una movida fugaz y cambiar de mano. Pero Matías fue demasiado lento. La púa se escurrió entre sus dedos y el fan victorioso, en un arrebato de éxtasis, levantó el premio en sus manos, exhibiéndolo orgulloso ante la multitud. Matías se puso de pie y sin dejar de mirar al fan se golpeó el pecho dos veces y señaló al nuevo propietario de la púa, como un gesto de tregua y reconocimiento de su imprevista derrota.
A su regreso, y después de contarme la historia mientras mojaba unas galletas de salvado en el té, Matías me confesó:
-"Creo que ya estoy viejo para estas cosas".
Y acto seguido se durmió una siesta de 5 horas para recuperarse del trajín.

En boca cerrada no entran moscas

Porque en cuestiones de moda nadie resiste el archivo, a continuación incluyo a modo de ejemplo una breve lista de "piedras" con las que juramos no volver a tropezar, para que la próxima vez que pasen frente a una vidriera o vean a alguien caminando por la calle, lo piensen dos veces antes de dejar caer la frase "Qué ridícula esa mina" o "Todo bien, pero yo ni loca largo con eso" o "La gorda clavó calzas". No olviden que en máximo dos meses, si se usa, se usa.

  • El jean elastizado
Clásico de los noventa, esta prenda sufrió el repudio de mujeres de todas las edades que se horrorizaban al descubrirse en fotos de 5 años atrás y juraban y perjuraban nunca volver a caer en él. El motivo, real: si tenés un par de kilos de más, con un jean elastizado más que una persona posiblemente parezcas un trompo o un rombo o un diamante (y no en el buen sentido). Pero con la llegada de las botas de caña alta todo cambió y ahora ambos hacen las delicias de cualquier look. Entonces: si te comiste tus palabras y el invierno pasado o el anterior invertiste en un elastizado hacele un favor al mundo y no lo uses con sandalias, zapatillas o botas bajas salvo que tu comida favorita durante los últimos 20 años haya sido la lechuga y tu bebida, el agua mineral sin gas.

  • Las calzas
(Idem "el jean elastizado". Para interpretar este punto, simplemente lea el punto anterior pero cada vez que aparezca la frase "el jean elastizado" o su apócope "el elastizado" tenga a bien reemplazarlo mentalmente por la frase "las calzas" o la versión singular clásicamente preferida por algunos seres odiables: "la calza").

  • El tiro alto
Este verano es furor. Y aunque nos hartamos de demostrar aversión ante toda fémina que caminara con un pantalón que no estuviera como mínimo 10 cm separado del ombligo, esta temporada volvió a nuestro guardarropa. Las más cautelosas lo compraron, porque admitámoslo: modela la figura como nadie y esconde los flotadores, pero lo disimularon escondíendolo bajo remeras más largas que no dejaran al descubierto la herejía. Las más osadas largaron con la remera tucked in sin más. Y lo triste es que it actually looks good!

  • Las plataformas
Otro ítem del cual nos cansamos de burlarnos mientras mirábamos las fotos de las fiestas de 15 de hermanas, primas o amigas. Si bien personalmente no he tenido el placer de caer (y sírvanse notar que digo "caer" y no "recaer" y eso, digan lo que digan, deja al descubierto que aún soy joven) en este calzado, si no lo hice fue por falta de dinero y no de ganas. Dan una onda Woodstock slash refinada y hacen las maravillas de las mujeres que mueren por un par de centímetros más.

Pequeño glosario para la Juli y la Mari Cappellari
-tucked in: quiere decir la prenda superior metida adentro de la prenda inferior.
-it actually looks good: realmente queda bien/luce de la hostia.
-slash: barra. Lo uso en una frase para que quede más claro. "Este departamento tiene cocina slash comedor".

Meet the Plants

La Mari nació en Córdoba hace 29 años y casi 30. Pasó su primera infancia en un departamento de estudiantes porque mi mamá se había recibido hace poco de técnica de laboratorio y se levantaba con el sol para ir a trabajar a la Maternidad y mi papá, que todavía sanateaba materias para obtener su título de abogado, acababa de abandonar su antiguo trabajo como vendedor de libros en el Círculo de Lectores y hacía uso y abuso de los artilugios aprendidos en su nuevo puesto como vendedor de autos en Marimón. Eran épocas duras y adquirir una mascota era completamente impensado.
Hoy, reflexionando en retrospectiva, creo que fue esa falta de contacto con otros seres vivos lo que más tarde provocaría esa suerte de insensibilidad y malhumor semiconstante que la caracterizó a la Mari hasta no hace mucho tiempo. Pero olvidemos a la Mari actual y volvamos al pasado. Un día, mi mamá, consciente de la verdad irrefutable de que los niños deben tener algún tipo de contacto con los animales para crecer medianamente normalitos, ahorró unos pesos y un domingo soleado sacó el pañal descartable que guardaba para ocasiones especiales, enfundó a la pequeña Mari en su ropa de salir y partió rumbo al Jardín Zoológico. Todos los que alguna vez han tenido el placer (por "placer" léase "idea suicida") de ir al Jardín Zoológico de Córdoba en un fuckin día soleado sabrán lo extenuantemente agotador que es subir y bajar interminables lomas y escalinatas acompañados por el exquisito e inconfundible aroma mezcla entre pescado, frutas y verduras podridas y heces varias. Pero mi mamá, en su afán por mostrarle a su primogénita las maravillas del mundo animal, e imposibilitada de sentar 12 horas diarias a la criatura frente a una TV zumbante plantada en Animal Planet como se estila ahora, siguió adelante con su plan. Mostrando un estoicismo digno de admiración, achinaba los ojos como quien busca a Wally en la multitud para tratar de dar con los animales y, una vez que finalmente encontraba al insignificante morador de una jaula, se lo mostraba a la Mari señalando con el dedo y a los gritos:
-"¡Mirá Maaari! ¡Un mono!" o "Mirá Mari: eso de allá es un pavo real, ¿ves?" o "Mirá Mari el señor cómo le da pescado al oso polar"
La Mari, como ausente, apenas si la escuchaba, hipnotizada por los encantos de otras criaturas que jamás había tenido el gusto de conocer: las plantas.

Oda a las fiestas

Las fiestas son esa ocasión especial en la que todos nos olvidamos de por qué demonios está todo el mundo festejando el mismo día y lo único que pasa a tener sentido es reunirse con las personas que uno más quiere.
Los comerciantes por un lado se ponen contentos porque van a poder vender todas esas porquerías que nadie compró el año pasado, y nos las van a encajar con tanta astucia que nos van a hacer creer que compramos la mejor ganga de todo el centro de Córdoba; por el otro, se convierten en verdaderos borderline después de trabajar una semana de 8 a 23 hs y de envolverle a cada señora 27 pequeños regalos de $4 para cada uno de sus nietos. La peatonal se transforma en un hormiguero lleno de vendedores ambulantes, niños perdidos y mujeres que te atropellan con el carrito del bebé.
En el ámbito doméstico, tenemos a los personajes de siempre. Si el menú es frío, las encargadas son ellas: la clásica ensalada rusa, el vitel toné y los huevos rellenos. Y por más que vienen comprando lo necesario desde hace cuatro meses, seguramente llegado el momento se van a quedar sin mayonesa, el pan va a estar duro porque lo cortaron en rodajas 3 horas y media antes de la cena y se secó con el ventilador de techo o se darán cuenta de que el atún que vienen guardando para esta ocasión especial venció el 12 de junio del 93. Si el menú es caliente, los encargados son ellos: asado, lechón o cabrito. Y aunque hayan calculado la excesiva cantidad de 500 gramos de carne por persona, a medida que avance la cocción y la carne experimente el correspondiente encogimiento, van a ir entrando en pánico y, dando órdenes a los gritos a los más jóvenes de la familia, irán agregando más carne a la parrilla hasta llegar a una cantidad suficiente como para comer sobras 7 días después. En las fiestas todo es así: o falta y todos se miran con odio, o sobra como para volver a ser el granero del mundo. A la hora de la comida, todos se sentarán a la mesa y hablarán a los gritos, tratando de ponerse al día después de un año entero sin verse. Las ensaladas más copadas habrán sido colocadas exactamente en la otra punta respecto del lugar en el que elegimos sentarnos. Y como es más trastorno pedirle a la abuela que le pase al tío que le pase a la Mari que le pase a papá que me pasé el bowl, terminaremos rumiando una clásica ensalada de tomate y lechuga mientras del otro lado se deleitan con una delicatessen de paltas, nueces y repollo. Los más chicos terminarán de comer a los 5 minutos y empezarán a dar vueltas alredeor de la mesa pidiendo un adelanto de chasqui bum o, los más grandecitos, comenzarán, rodeados de los primos más pequeños, con su resentido relato de que Papá Noel no existe e iniciarán su travesía rumbo a las habitaciones para descubrir los regalos escondidos que, para ratificar la teoría de estas despechadas criaturas, estarán envueltos todos con el mismo papel de regalo y rotulados con la letra de mamá. Los perros que no hayan sido dopados y encerrados en algún cuarto de la casa, estarán pegados a la mesa babeando los vestidos de fiesta a la espera de algún resto y, confundidos, se hartarán de comer corchos y servilletas de papel. A las 12, bajo la magia de los fuegos artificiales, los tíos chupados y descamisados descorcharán botellas apuntando a las sobrinas solteras, indiferentes a los accidentes que ello podría conllevar y brindaremos con champaña y sidra, y siempre habrá algún boludo que se colgó y no llenó la copa, auguriando un año no muy bueno para el resto de la familia. A la hora de abrir los regalos y bajo un basural de envoltorios, los más considerados se desgarrarán los músculos faciales en su afán por manufacturar una sonrisa que disimule su desencanto por los presentes recibidos y los desubicados de siempre manipularán los inesperados regalos como quien cambia el pañal a un bebé desconocido y frunciendo el labio superior en señal de desagrado dispararán frases de grueso calibre del tipo de "¿Más fea no venía?" o "Para esto me hubieran depositado $7 en mi caja de ahorro en pesos" o "Permuto cartera plástica fuscsia por patada en los huevos". Los adolescentes empezarán a mandar mensajitos de texto a sus novios y amigos y no dejarán de mirar el reloj contando los minutos que quedan para quedar liberados para irse a bailar. Aparecerán los tíos con las bolsas de fuegos artificiales (podrá faltar comida pero pirotecnia jamás). Se repartirán estrellitas entre los niños y yo procederé a ocultarme entre la gente mayor hasta que el diabólico ritual de la gente prendiendo fuego finalmente se extinga. Los perros tratarán de morder las cañitas voladoras, que saldrán disparadas para cualquier lado menos para arriba. Un globo incendiado se enganchará en algún cable. Mezcla de calor humano y calor emanado por tanto encendedor prendido, turrones, garrapiñadas y maní con chocolate se derritirán y se fundirán en un masacote pegajoso y deforme. Y mientras la familia toda embelezada al son de "Ohhhhhhhhhhhhhhhhhh", "Ahhhhhhhhhhhhhhhhh", "Uhhhhhhhhhhhhhhhhhh" y "Mirá boluuuuudo, qué hermoso cheee!" no pueda sacar la vista de los fuegos de artificio del vecino, los hombres estarán odiando el día en que decidieron ahorrarse unos pesos y comprar la cañita silbadora de mierda en vez de la supercañavoladoratwothousand.

You May Say I'm a Dreamer

Soñar es una de mis actividades favoritas. Desde que era chiquita, desde el momento en que cerraba los ojos hasta el momento en que los volvía a abrir, no paraba de soñar. Si a la mitad de la noche me despertaba para ir al baño, tenía la capacidad de ponerle "pausa" al sueño y, al volver, retomarlo exactamente donde lo había dejado. Mi vida onírica era más prometedora que mi vida real: podía volar, caminar desnuda sin vergüenza, me encontraba muchísima plata tirada por la calle, tenía novios famosos y medía como 10 centímetros más. Mi vida en sueños era tan o más activa que mi vida real y por eso mientras más dormía, más cansada me levantaba al otro día. Cuando lo conocí a Matías, le pregunté qué soñaba él. Me dijo que nunca soñaba. Le expliqué la teoría de que todos soñamos pero algunos nos acordamos de lo que soñamos y otros no. En realidad no creo nada en esa teoría. Creo que hay gente que sueña y otra que no. Por eso Matías era capaz de dormir 3 o 4 horas y levantarse fresco como una lechuga y yo no. De todos modos, no le dije nada para que no perdiera las esperanzas. Hace más de un año que duermo con Matías al lado. Hace un par de meses empecé a notar que cada vez soñaba menos. Me acordé de que mis primas me contaron que una vez, hace mucho, cuando eran chiquitas, estaban durmiendo las tres en la misma cama, apretadas entre sí, y las tres soñaron lo mismo: que andaban en bicicleta. Hoy me desperté y me sentí vacía y descansada. Matías, remoloneando y con los ojos semiabiertos, me dijo:
-"No sabés lo que soñé".
Ahí me di cuenta de todo. Matías me robó los sueños de tanto dormir cucharita.

Cosas que me hacen odiar el verano

  • El verano acrescenta la desconfianza en las instituciones
Sin importar cuán pulenta haya sido el ventilador cuando te lo probaron en Frávega, cuando lo prendas en tu casa y realmente lo necesites, lo único que va a hacer va a ser tirar aire caliente. Y sin importar cuánto más hayas pagado por la garantía extendida, el motor va a dejar de funcionar cronometradamente un día después del vencimiento.

  • El verano fomenta la alienación
Uno tiende a alejarse de sus seres queridos y a cambiar el beso y el abrazo por el saludo con la mano de lejos para evitar lo pegajoso y salado de este tipo de muestras de afecto.

  • El verano estimula los comportamientos sinsentido que terminan en muerte
Todos quieren lucir delgados y tonificados en el verano. Por ende, nadie come. La gente es más boluda en verano porque está anémica y desnutrida. Por eso en verano hay accidentes del tipo: "Turista argentino ahogado en un balde en Carlos Paz mientras lavaba la malla para sacarle la arena" o "Un argentino y dos brasileros muertos en riña tras discusión sobre si el mejor jugador del mundo es Pelé o Maradona" o "Turista atravesado por palo de sombrilla en Mar del Plata pasa sus 10 días de vacaciones internado en policlínico local".

  • El verano dispara el consumo de artículos horribles
Souvenirs y recuerdos de las más impensadas características y materiales, uno más feo que el otro, esperan a que un ejército de turistas se abalancen sobre ellos al llegar las vacaciones para torturar y provocar parálisis faciales a los recipientes de dichos regalos, quienes sin remedio, procederán a colocar los obsequios en cualquier sitio visible fingiendo una sonrisa y pronunciando un nunca más real "Pero cheeeeee, no te hubieras puesto en gastos" hasta la partida del vacacionante, para inmediatamente después guardarlos para siempre o hacerlos leña.

  • El verano incrementa el odio racial
Quienes gozan de un saludable bronceado acaparan las miradas de todo el mundo mientras que los blanquitos, embadurnados en una pantalla solar FPS 50 y casi siempre a la sombra mirando desde lejos como los demás disfrutan del sol y vacían la pileta de tantas bombas chinas, nos tenemos que conformar con miradas lastimosas y cuchicheos malintencionados. La venganza en invierno será terrible.

Scared

Hace un par de semanas a mi mamá le practicaron una parotidectomía. Estábamos todos muy asustados porque era con anestesia total y le habían advertido de la posibilidad de que sufriera algún tipo de parálisis facial. Mi papá también estaba asustado, independientemente de que el día anterior le haya dicho a mi mamá:
-"Si te nos vas, me voy de joda con la plata del seguro".
Cada uno afronta este tipo de situaciones como puede. El día llegó y, sumida en uno de los peores cagazos que me tocó experimentar en mi vida adulta, despedí a mi mamá, que partía acostada en una camilla de caño despintada cubierta con una bata de fiselina vieja repleta de buluquitas. La seguimos con la vista hasta que la enfermera que la trasladaba se perdió con ella en el ascensor. Después de la operación, la trajeron de vuelta a la habitación con la cabeza envuelta en un nido de gasa. La Juli le agarró la mano y le dijo:
-"Má, estás fría".
A lo que mi mamá, quien hasta hacía dos horas antes se había valido de sus mejores dotes actorales para hacernos creer a todos que no tenía miedo, respondió:
-"Mejor fría que muerta".
Por suerte todo salió bien y la biopsia confirmó el diagnóstico inicial: era un tumor benigno. Así que todos felices y contentos. El otro día le contaba al Mati las últimas novedades de la recuperación de mi mamá. Le conté que le habían sacado los puntos y que estaba un poco preocupada porque había perdido la sensibilidad de la oreja pero que el médico le había dicho que poco a poco la iba a ir recuperando. El Mati me escuchaba atento. Esperó a que termine de contar y me dijo, como quien propone la mejor idea del mundo:
- "Y si no siente nada nada, ¿Por qué no se pone todos aros?".