Matías pidió un día en el trabajo para poder ir al recital. No, mejor pidió dos. Total después los recupera. Matías guardó los lentes de contacto, los anteojos de ver y los anteojos de sol, el cepillo de dientes, el desodorante, una remera extra (negra por supuesto), unos pañuelitos descartables, el reproductor de MP3, las mentitas frutales, la billetera con sus billetes ordenaditos de menor a mayor según su valor nominal, un planito de los subtes, las llaves, una buscapina por si le duele la panza, una aspirina por si le duele la cabeza, el pasaje dobladito y se fue.
Hacerlo llevar un abrigo fue todo un tema, pero finalmente dio el brazo a torcer. Matías insistió en irse de bermuda y se salió con la suya. Matías se murió de frío en el colectivo y se acordó de mí cuando le dije "Llevate abrigo que en el colectivo se abusan con el aire acondicionado". Matías durmió casi todo el viaje hecho una bolita en el asiento. Matías llegó a Buenos Aires y me avisó que había llegado bien, como había prometido. Matías caminó y miró vidrieras. A Matías le dio hambre y se comió una hamburguesa.
Matías se tomó un colectivo y se fue al teatro. Matías llegó temprano pero no le importó. Matías entró y escuchó a la banda. Cuando se estaba yendo, Matías se encontró una púa y cuando la iba a levantar, un fan se avalanzó sobre ella. Matías, cómo a quien se le pasa la vida entera por delante de los ojos cuando va a morir, recordó, de repente, todos los souvenirs recitaleros que había recolectado a lo largo de los años: un pedazo del corset de Marilyn Manson, múltiples púas de Megadeth y un pedazo de baqueta de Megadeth (la parte que decía Megadeth, que no es poco), un CD de Biohazard y un guante del batero de Machine Head, entre muchos otros. Recordó como, aunque no los hubiera buscado, todos estos objetos aventados desde el escenario y destrozados por los seguidores ávidos de mementos habían ido a parar directamente a sus manos como designio del destino. Recordó como había tenido que tironear, empujar, pisotear, pellizcar para quedarse con los restos. Matías miró al fan a los ojos y, determinado a no dejar ir la preciada púa, y como un verdadero Gollum del metal, se aferró a su hallazgo y semiacostado en el suelo cubrió la púa con la mano izquierda. El fan escarbaba vehementemente, como poseído. Pero Matías estaba decidido a quedarse con ella. El tiempo pasaba y Matías, previendo la pronta debilidad de su mano mala, decidió hacer una movida fugaz y cambiar de mano. Pero Matías fue demasiado lento. La púa se escurrió entre sus dedos y el fan victorioso, en un arrebato de éxtasis, levantó el premio en sus manos, exhibiéndolo orgulloso ante la multitud. Matías se puso de pie y sin dejar de mirar al fan se golpeó el pecho dos veces y señaló al nuevo propietario de la púa, como un gesto de tregua y reconocimiento de su imprevista derrota.
A su regreso, y después de contarme la historia mientras mojaba unas galletas de salvado en el té, Matías me confesó:
-"Creo que ya estoy viejo para estas cosas".
Y acto seguido se durmió una siesta de 5 horas para recuperarse del trajín.
Hacerlo llevar un abrigo fue todo un tema, pero finalmente dio el brazo a torcer. Matías insistió en irse de bermuda y se salió con la suya. Matías se murió de frío en el colectivo y se acordó de mí cuando le dije "Llevate abrigo que en el colectivo se abusan con el aire acondicionado". Matías durmió casi todo el viaje hecho una bolita en el asiento. Matías llegó a Buenos Aires y me avisó que había llegado bien, como había prometido. Matías caminó y miró vidrieras. A Matías le dio hambre y se comió una hamburguesa.
Matías se tomó un colectivo y se fue al teatro. Matías llegó temprano pero no le importó. Matías entró y escuchó a la banda. Cuando se estaba yendo, Matías se encontró una púa y cuando la iba a levantar, un fan se avalanzó sobre ella. Matías, cómo a quien se le pasa la vida entera por delante de los ojos cuando va a morir, recordó, de repente, todos los souvenirs recitaleros que había recolectado a lo largo de los años: un pedazo del corset de Marilyn Manson, múltiples púas de Megadeth y un pedazo de baqueta de Megadeth (la parte que decía Megadeth, que no es poco), un CD de Biohazard y un guante del batero de Machine Head, entre muchos otros. Recordó como, aunque no los hubiera buscado, todos estos objetos aventados desde el escenario y destrozados por los seguidores ávidos de mementos habían ido a parar directamente a sus manos como designio del destino. Recordó como había tenido que tironear, empujar, pisotear, pellizcar para quedarse con los restos. Matías miró al fan a los ojos y, determinado a no dejar ir la preciada púa, y como un verdadero Gollum del metal, se aferró a su hallazgo y semiacostado en el suelo cubrió la púa con la mano izquierda. El fan escarbaba vehementemente, como poseído. Pero Matías estaba decidido a quedarse con ella. El tiempo pasaba y Matías, previendo la pronta debilidad de su mano mala, decidió hacer una movida fugaz y cambiar de mano. Pero Matías fue demasiado lento. La púa se escurrió entre sus dedos y el fan victorioso, en un arrebato de éxtasis, levantó el premio en sus manos, exhibiéndolo orgulloso ante la multitud. Matías se puso de pie y sin dejar de mirar al fan se golpeó el pecho dos veces y señaló al nuevo propietario de la púa, como un gesto de tregua y reconocimiento de su imprevista derrota.
A su regreso, y después de contarme la historia mientras mojaba unas galletas de salvado en el té, Matías me confesó:
-"Creo que ya estoy viejo para estas cosas".
Y acto seguido se durmió una siesta de 5 horas para recuperarse del trajín.