sábado, 14 de marzo de 2009

Eye for an Eye

Desde que éramos chicas, mi relación con la Juli se caracterizó por una mezcla de amor y odio. La rivalidad entre nosotras era una constante. Cuando a la otra le salía algo bien, nos poníamos contentas de corazón, sin embargo, había algo que nos hacía achinar los ojos de envidia y nos impedía disfrutar realmente de ese momento de victoria ajena. Cuando hacíamos natación, al finalizar el verano hicieron una entrega de certificados que dejó en evidencia mi superioridad, posiblemente producto del año y nueves meses de edad que nos separaban no obstante mi mamá insistiera en vestirnos como mellizas (cómo me molestaba ser la melliza gorda). El de la Juli decía "Nivel: tiburón; el mío, "Nivel: delfín". Cuando íbamos a dibujo, publicaron un dibujo mío en el diario mientras que la Juli sufría para tratar de colorear dentro de las líneas. Cuando practicábamos gimnasia artística, la primera vez que me salió la medialuna en la viga, y tan solo escasos minutos después de escuchar desde las alturas los elogios de mi profesor y el resto de mis compañeritas, sentí un empujón de atrás que me hizó perder el equilibrio y quedar literalmente acaballada sobre el aparato acompañada por las voces que corearon un simultáneo "Uhhhhhhhhhhhhhhhhhh". Entre las lágrimas y dolorida 50% por el golpe (creo que fue ahí cuando perdí mi virginidad) y 50% por la humillación, la vi a la Juli que venía a preguntarme con su mejor cara de inocente si estaba bien. Creo que Judas es apócope de JUli DAvila (a la "s" la pusieron para confundir).
Pero siempre hay que escuchar las dos campanas. Y la otra campana tuvo lugar muchos años atrás. Hacía un año y nueve meses que ostentaba el reinado de mi hogar. La Mari ya era grandecita y nadie le daba bola, independientemente de cuánto se esforzara por llamar la atención cantando temas de Luis Miguel con su voz gangosa. Además yo era rubia y no sé por qué, y por más que la mayoría me tilde de nazi, la gente tiende a querer más a los bebés rubios. It's out there, I'm just saying it out loud. La cuestión es que un 22 de enero del 83 la Juli irrumpió en nuestro hogar. Traté de seguir adelante, lo juro, pero después de tres meses fue más de lo que un bebe de dos años puede soportar. Un día, cuentan mis padres y mi abuela, la Juli dormía plácidamente en una cama en la casa de mi abuela. Caminando con la mayor velocidad que me permitía mi bombacha de goma y mi pañal de tela (recordemos que corría el año 1983 y en ese entonces los pañales descartables se reservaban para viajes y visitas al pediatra), me dirigí hacia su lecho. Con mis pequeñas manecillas de nudillos hundidos agarré la almohada y y la apoyé sobre su pequeña cabeza de tres meses con intenciones más que evidentes. Mi papá, que estaba parado atrás mío aunque yo no lo hubiera notado, me agarró del bracito y me dio mi primer chirlo en la mano. Dicen que no paré de llorar por un rato largo y una vez que me quedé sin lágrimas, el puchero me duró varios días más. Nunca supe si lloré por el chirlo o por mis intenciones frustradas. Lo que sí sé es que después de semejante intento de fratricidio lo menos que me merezco es un empujón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario