domingo, 15 de marzo de 2009

Il Postino

Como hacía más de una semana que no trabajaba, me dispuse a dormir una siesta. Puse la alarma del celular a las 19 hs porque para qué me iba a levantar antes si no tenía que trabajar y tomé posición en la cama. Debo haber dormido una media hora cuando me despertó el ruido estridente del portero. Eran las 18.30 hs. Nadie me visita a esta hora. En realidad nadie me visita, pero menos a esta hora. Completamente aletargada di por sentado "Debe ser la vieja que pide ropa; que se cague" y apreté los ojos para seguir durmiendo. El timbre volvió a sonar descuartizando mis sueños. Esta vez más estridente y prolongadamente. Como pude me paré sabiendo que a veces me fallan las piernas en esa situación y a duras penas llegué hasta el portero y lo levanté despacito para que nadie se diera cuenta. Escuché que un vecino atendía: "¿Hola?". Entonces pensé "Debe ser la pelotuda de la vieja que pide ropa o el afilador de cuchillos, los dos idiotas que tocan tooodos los timbres a ver quién es el boludo que cae en su pedigüeña trampa". Pues esta vez no caigo, no señor. Colgué sigilosamente y me di cuenta que tenía muchas ganas de hacer pis. Fui al baño y ni bien deposité mi adormilado cuerpo en el inodoro, el timbre de nuevo. Esta vez, como timbrazos cortitos intercalados con timbrazos largos como un código morse from hell. Hice pis lo más rápido que pude y ahora si atendí deseando que fuera el afilador de cuchillos para que me afile un cuchillo para proceder a autoapuñalarme. La voz del otro lado, con un dejo de hartazgo dijo "¡Cartero!". Y ya sin poder contener mi ira que me salía por los poros le dije con mi peor voz de vieja ortiva que se queja de la música: "CARTERO ¡¡¿¿POR QUE NO TE DEJAS DE HINCHAR LAS PELOTAS, EHHH??!!! Y me contestó: ¿"4to A"? Y sintiendo como la sangre me hervía de la verguenza y aunque sí vivo en el cuarto "A" dije en el mismo tono de voz "¡NO!" Y colgué enfurecida. Escuché que el portero sonaba de nuevo pero en otro departamento, como distante. Atendí y fingiendo la voz dije "¿Hola?". El cartero respondió "¿3ro A"?. Se ve que el guacho estaba verificando a ver si el 4to A era efectivamente el 4to "A" aunque yo le había dicho que no era. Le contesté con mi voz de princesa "No, equivocado". El timbre volvió a sonar por decimoquinta vez en mi departamento. Atendí y el cartero, ya más avivado, me dice "Vengo de Tarjeta Naranja a verificar un domicilio". Recordé que el lunes había ido a Tarjeta Naranja a solicitar una ampliación del límite de crédito y me habían hecho llenar un formulario con mis datos y dibujar un planito de mi domicilio y anotar las horas en las que habitualmente me encuentro en mi residencia. Pero los freaks se olvidaron de avisarme para qué. Tragando saliva y pensando en el elíptico que me quiero comprar y motivo por el cual solicité la extensión del límite de crédito le dije, ya con mi voz real, la misma con la que lo recibí minutos antes tan esquizofrénicamente: "Si, un segundo, ya bajo". Roja de vergüenza me calcé un joggin y bajé así como venía. Por suerte en el ascensor me miré en el espejo, porque tenía una lagaña importante en el ojo izquierdo. Lo vi parado en la puerta con su planilla, odiándome en silencio. Sin mirarlo a los ojos le dije "Si, ¿qué será?" Me hizo un par de preguntas idiotas que ya había contestado antes y me dijo "Firma, aclaración y número de documento". Firmé, aclaré y anoté mi número de documento y sin mirarlo a los ojos di media vuelta y me fui, firme a mi postura inicial. El dio media vuelta y se fue, también sin mirarme pero seguramente pensando que era una imbécil. Ojalá que le paguen por comisión porque si no ya me puedo ir olvidando del elíptico.

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