domingo, 15 de marzo de 2009

Lavar con precaución

Mi papá nunca fue muy aficionado a la higiene personal. Es de los que piensan que, y cito: "para qué te vas a bañar si igual te vas a morir". Detesta bañarse, peinarse, afeitarse y todos esos verbos pronominales terminados en "arse" y mi mamá tiene que correrlo por la casa para convencerlo por medio de diferentes sobornos a sumarse al ritual del agua y el jabón. Después de pasar el día descalzo, cuando se va a dormir se sacude la planta de los pies con la mano y se mete a la cama sin más. Pero hay días, muy de vez en cuando, en que nos sorprende y aparece bañadito, con el pelo engominado y olor a perfume. Da gusto darle un beso en esa cara afeitada. La casa se llena de júbilo y el olor a limpito flota en el aire, dibujándonos a todas una sonrisa. Uno de esos días, después de bañarse y emperifollarse, mi papá salió a barrer el patio muy orondo. El Viggo lo desconoció y le mordió la pierna.

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