domingo, 15 de marzo de 2009

Meet the Plants

La Mari nació en Córdoba hace 29 años y casi 30. Pasó su primera infancia en un departamento de estudiantes porque mi mamá se había recibido hace poco de técnica de laboratorio y se levantaba con el sol para ir a trabajar a la Maternidad y mi papá, que todavía sanateaba materias para obtener su título de abogado, acababa de abandonar su antiguo trabajo como vendedor de libros en el Círculo de Lectores y hacía uso y abuso de los artilugios aprendidos en su nuevo puesto como vendedor de autos en Marimón. Eran épocas duras y adquirir una mascota era completamente impensado.
Hoy, reflexionando en retrospectiva, creo que fue esa falta de contacto con otros seres vivos lo que más tarde provocaría esa suerte de insensibilidad y malhumor semiconstante que la caracterizó a la Mari hasta no hace mucho tiempo. Pero olvidemos a la Mari actual y volvamos al pasado. Un día, mi mamá, consciente de la verdad irrefutable de que los niños deben tener algún tipo de contacto con los animales para crecer medianamente normalitos, ahorró unos pesos y un domingo soleado sacó el pañal descartable que guardaba para ocasiones especiales, enfundó a la pequeña Mari en su ropa de salir y partió rumbo al Jardín Zoológico. Todos los que alguna vez han tenido el placer (por "placer" léase "idea suicida") de ir al Jardín Zoológico de Córdoba en un fuckin día soleado sabrán lo extenuantemente agotador que es subir y bajar interminables lomas y escalinatas acompañados por el exquisito e inconfundible aroma mezcla entre pescado, frutas y verduras podridas y heces varias. Pero mi mamá, en su afán por mostrarle a su primogénita las maravillas del mundo animal, e imposibilitada de sentar 12 horas diarias a la criatura frente a una TV zumbante plantada en Animal Planet como se estila ahora, siguió adelante con su plan. Mostrando un estoicismo digno de admiración, achinaba los ojos como quien busca a Wally en la multitud para tratar de dar con los animales y, una vez que finalmente encontraba al insignificante morador de una jaula, se lo mostraba a la Mari señalando con el dedo y a los gritos:
-"¡Mirá Maaari! ¡Un mono!" o "Mirá Mari: eso de allá es un pavo real, ¿ves?" o "Mirá Mari el señor cómo le da pescado al oso polar"
La Mari, como ausente, apenas si la escuchaba, hipnotizada por los encantos de otras criaturas que jamás había tenido el gusto de conocer: las plantas.

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