domingo, 15 de marzo de 2009

Oda a las fiestas

Las fiestas son esa ocasión especial en la que todos nos olvidamos de por qué demonios está todo el mundo festejando el mismo día y lo único que pasa a tener sentido es reunirse con las personas que uno más quiere.
Los comerciantes por un lado se ponen contentos porque van a poder vender todas esas porquerías que nadie compró el año pasado, y nos las van a encajar con tanta astucia que nos van a hacer creer que compramos la mejor ganga de todo el centro de Córdoba; por el otro, se convierten en verdaderos borderline después de trabajar una semana de 8 a 23 hs y de envolverle a cada señora 27 pequeños regalos de $4 para cada uno de sus nietos. La peatonal se transforma en un hormiguero lleno de vendedores ambulantes, niños perdidos y mujeres que te atropellan con el carrito del bebé.
En el ámbito doméstico, tenemos a los personajes de siempre. Si el menú es frío, las encargadas son ellas: la clásica ensalada rusa, el vitel toné y los huevos rellenos. Y por más que vienen comprando lo necesario desde hace cuatro meses, seguramente llegado el momento se van a quedar sin mayonesa, el pan va a estar duro porque lo cortaron en rodajas 3 horas y media antes de la cena y se secó con el ventilador de techo o se darán cuenta de que el atún que vienen guardando para esta ocasión especial venció el 12 de junio del 93. Si el menú es caliente, los encargados son ellos: asado, lechón o cabrito. Y aunque hayan calculado la excesiva cantidad de 500 gramos de carne por persona, a medida que avance la cocción y la carne experimente el correspondiente encogimiento, van a ir entrando en pánico y, dando órdenes a los gritos a los más jóvenes de la familia, irán agregando más carne a la parrilla hasta llegar a una cantidad suficiente como para comer sobras 7 días después. En las fiestas todo es así: o falta y todos se miran con odio, o sobra como para volver a ser el granero del mundo. A la hora de la comida, todos se sentarán a la mesa y hablarán a los gritos, tratando de ponerse al día después de un año entero sin verse. Las ensaladas más copadas habrán sido colocadas exactamente en la otra punta respecto del lugar en el que elegimos sentarnos. Y como es más trastorno pedirle a la abuela que le pase al tío que le pase a la Mari que le pase a papá que me pasé el bowl, terminaremos rumiando una clásica ensalada de tomate y lechuga mientras del otro lado se deleitan con una delicatessen de paltas, nueces y repollo. Los más chicos terminarán de comer a los 5 minutos y empezarán a dar vueltas alredeor de la mesa pidiendo un adelanto de chasqui bum o, los más grandecitos, comenzarán, rodeados de los primos más pequeños, con su resentido relato de que Papá Noel no existe e iniciarán su travesía rumbo a las habitaciones para descubrir los regalos escondidos que, para ratificar la teoría de estas despechadas criaturas, estarán envueltos todos con el mismo papel de regalo y rotulados con la letra de mamá. Los perros que no hayan sido dopados y encerrados en algún cuarto de la casa, estarán pegados a la mesa babeando los vestidos de fiesta a la espera de algún resto y, confundidos, se hartarán de comer corchos y servilletas de papel. A las 12, bajo la magia de los fuegos artificiales, los tíos chupados y descamisados descorcharán botellas apuntando a las sobrinas solteras, indiferentes a los accidentes que ello podría conllevar y brindaremos con champaña y sidra, y siempre habrá algún boludo que se colgó y no llenó la copa, auguriando un año no muy bueno para el resto de la familia. A la hora de abrir los regalos y bajo un basural de envoltorios, los más considerados se desgarrarán los músculos faciales en su afán por manufacturar una sonrisa que disimule su desencanto por los presentes recibidos y los desubicados de siempre manipularán los inesperados regalos como quien cambia el pañal a un bebé desconocido y frunciendo el labio superior en señal de desagrado dispararán frases de grueso calibre del tipo de "¿Más fea no venía?" o "Para esto me hubieran depositado $7 en mi caja de ahorro en pesos" o "Permuto cartera plástica fuscsia por patada en los huevos". Los adolescentes empezarán a mandar mensajitos de texto a sus novios y amigos y no dejarán de mirar el reloj contando los minutos que quedan para quedar liberados para irse a bailar. Aparecerán los tíos con las bolsas de fuegos artificiales (podrá faltar comida pero pirotecnia jamás). Se repartirán estrellitas entre los niños y yo procederé a ocultarme entre la gente mayor hasta que el diabólico ritual de la gente prendiendo fuego finalmente se extinga. Los perros tratarán de morder las cañitas voladoras, que saldrán disparadas para cualquier lado menos para arriba. Un globo incendiado se enganchará en algún cable. Mezcla de calor humano y calor emanado por tanto encendedor prendido, turrones, garrapiñadas y maní con chocolate se derritirán y se fundirán en un masacote pegajoso y deforme. Y mientras la familia toda embelezada al son de "Ohhhhhhhhhhhhhhhhhh", "Ahhhhhhhhhhhhhhhhh", "Uhhhhhhhhhhhhhhhhhh" y "Mirá boluuuuudo, qué hermoso cheee!" no pueda sacar la vista de los fuegos de artificio del vecino, los hombres estarán odiando el día en que decidieron ahorrarse unos pesos y comprar la cañita silbadora de mierda en vez de la supercañavoladoratwothousand.

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