Hace un par de semanas a mi mamá le practicaron una parotidectomía. Estábamos todos muy asustados porque era con anestesia total y le habían advertido de la posibilidad de que sufriera algún tipo de parálisis facial. Mi papá también estaba asustado, independientemente de que el día anterior le haya dicho a mi mamá:
-"Si te nos vas, me voy de joda con la plata del seguro".
Cada uno afronta este tipo de situaciones como puede. El día llegó y, sumida en uno de los peores cagazos que me tocó experimentar en mi vida adulta, despedí a mi mamá, que partía acostada en una camilla de caño despintada cubierta con una bata de fiselina vieja repleta de buluquitas. La seguimos con la vista hasta que la enfermera que la trasladaba se perdió con ella en el ascensor. Después de la operación, la trajeron de vuelta a la habitación con la cabeza envuelta en un nido de gasa. La Juli le agarró la mano y le dijo:
-"Má, estás fría".
A lo que mi mamá, quien hasta hacía dos horas antes se había valido de sus mejores dotes actorales para hacernos creer a todos que no tenía miedo, respondió:
-"Mejor fría que muerta".
Por suerte todo salió bien y la biopsia confirmó el diagnóstico inicial: era un tumor benigno. Así que todos felices y contentos. El otro día le contaba al Mati las últimas novedades de la recuperación de mi mamá. Le conté que le habían sacado los puntos y que estaba un poco preocupada porque había perdido la sensibilidad de la oreja pero que el médico le había dicho que poco a poco la iba a ir recuperando. El Mati me escuchaba atento. Esperó a que termine de contar y me dijo, como quien propone la mejor idea del mundo:
- "Y si no siente nada nada, ¿Por qué no se pone todos aros?".
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