sábado, 14 de febrero de 2009

Herejía

Desde pequeña fui criada feminista. Y cuando digo feminista no hablo de un feminismo moderado orientado al lograr un trato igualitario y derechos equitativos para las mujeres en relación con los hombres. Cuando digo feminista hablo de la versión más ortodoxa. Hablo de un rechazo indiscriminado, de una resistencia rotunda, de un odio visceral a todo lo impuesto por cualquier persona con carga cromosómica XY . Onda:

-Papá: "Traeme un vasito de agua, hijita"
-Cucu: "¡No! ¿Por qué te tengo que traer un vaso de agua? ¿Porque soy mujer?"

Y tanto absorbí las enseñanzas de una madre arrancada de las entrañas mismas de una generación antihombre por naturaleza que hasta no hace mucho era una convencida de que los hombres "son una raza inferior". A saber:
-Los hombres nunca evolucionaron. Nunca salieron de las cavernas y una prueba irrefutable de ello lo da el hecho de que son insensatamente peludos cuando el pelo dejó de ser una necesidad biológica hace miles de años con la invención de...la ropa.
-Los hombres tienen sus genitales expuestos y colgando. No se que tiene que ver, pero es cierto. Además tienen un umbral de dolor infinitamente más bajo que las mujeres. Y eso no puede ser bueno.
Desde que tengo uso de razón creo desde el fondo de mi mente (el corazón es para pussies) que una mujer para ser plena tiene que ser independiente, salir de la casa, hacer cursos, cursos, cursos (no importa de qué, todo vale: Pilates, pintura, macramé, marketing, literatura, lenguas [si son muertas mucho mejor]). Básicamente alejarse sistemáticamente de todo lo que la ligue con el hogar y sus tareas.Soy hija de una generación criada por abuelas amas de casa y madres endiabladas. De golpe nos enteramos de que el orden de los factores SI alteraba el producto (y vaya que lo hacía): dejamos atrás el casarse virgen y tener hijos y pasamos a tener la mayor cantidad de novios posibles (para poder comparar y no quedarnos con el primer boludo que se nos cruce), ser lo menos virgen posible, estudiar, estudiar, estudiar, formarnos sin parar, secundario, universidad, grado, posgrado, remilgrado, aprender a manejar, comprar, darnos gustos por superficiales que sean, ponernos de novios, romperle el corazón a varios, nunca llorar por un amor no correspondido (porque él se lo pierde, machista hijo de puta), después convivir (para ver que onda, no vaya a ser que en la primera semana de casados nos encontremos durmiendo con el enemigo, en lucha constante por el mismo lado de la cama y a él le guste Fútbol de primera y a vos te guste The Office), casarnos si no queda otra alternativa (porque ¡¿para qué te querés casar, nena?! si ahora las concubinas tienen los mismos o más derechos que una esposa) y por último, si tenemos ganas y sobre todo tiempo, tener hijos.
Tanto machacar, algunas de esas ideas germinaron en mi cabeza como un poroto que se aferra al papel secante en un frasco en alguna aula de primaria. Entonces, odio lavar y limpiar. Porque ¿Por que tengo que lavar y limpiar? ¿Porque soy mujer?. Pero, al parecer hubo una falla en la Matrix, y algunas de las ideas de mi abuela, adobadas con algunas películas idealistas de amor se filtraron, se mezclaron y desvirtuaron un poco tantos años de instrucción feminista. Y de golpe, volví a creer en el amor, ponele. Y, aunque me gusta estudiar y dedicarme a mi profesión, me dieron ganas de casarme y tener hijitos. Suicidé a Mafalda y le hice resuscitación cardiopulmonar a la Susanita en mi interior. Mami...¿me perdonás?

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