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domingo, 15 de marzo de 2009

Panaceas de ayer y hoy presentan: el Hotmail y sus predecesores

Con el voraz advenimiento de la tecnología, los hijos de la generación X fuimos testigos oculares de una vorágine virtual sin precedentes que cambió nuestro mundo y nos obligó a ser parte de un proceso de selección natural: actualizarse o morir. Cuando me vine a estudiar a Córdoba, allá por el 2000, la hora de Internet* en un cyber (nadie habría osado tener Internet en su propia casa) rondaba los $8 pesos; se estilaban las salas de chat (en ese entonces los defensores de la Real Academia todavía se empeñaban en naturalizar las palabras como "ratón" y "computadora personal", para no defenestrar el idioma) donde uno hacía conversación con gente desconocida, casi siempre fingiendo una identidad falsa, y donde un administrador te sancionaba e invitaba a retirarte de la sala si utilizabas vocablos impropios y/u ofensivos; las computadoras portátiles (hoy moneda corriente) eran exclusivas de los ejecutivos que viajaban en primera clase mientras degustaban un Martini y robaban cubiertos de metal con el logo de las compañías aéreas; un trabajo para la facu implicaba pasarse horas tecleando como un boludo en la biblioteca o en un cyber para después guardarlo en 18 diskettes que, al meterlos en otra máquina para proceder a imprimirlos, siempre (sin excepción) nos tirarían mensajes de error o nos mostrarían el trabajo redactado en códigos indescifrables; y la palabra "virus" generaba más paranoia que Bush (si alguien te prestaba un diskette con virus se hacía automáticamente acreedor de tu odio eterno hasta el fin de la eternidad).
Veámoslo más claramente con un ejemplo. Un día, por allá por el 2000,la Jose me llevó a un cyber en Río Cuarto, se acercó al mostrador, sacó un billete de $2 del bolsillo y con la confianza de los que saben le dijo a la que atendía "15 minutos de Internet". Nunca me voy a olvidar ese momento. Había que ser lo más rápido posible porque el tiempo era oro, así que no había lugar para enseñanzas prácticas. Me explicó: "Vos Cus mirá pero no toques nada". Y me mostró un video infrapixelado sin audio de 10 segundos de duración que el Gordo había grabado en un Burger King en Estados Unidos (en el video se lo veía al Gordo moviendo los brazos de manera cuasi robótica y haciendo caras para la cámara) y enviado junto con un mail donde nos contaba que había visitado las Torres Gemelas y el World Trade Center. "Así no lo extrañamos tanto porque es como si estuviera haciendo las mismas caras de boludo acá al lado nuestro"-dijo la Jose. Esa sola frase me serviría de marco conceptual para el resto del viaje.

Pero basta de anécdotas y démosle al tema la rigidez científica que merece. Empecemos por el principio. O al menos el principio según tuve el placer de experimentar en carne propia.


Primero fue el ICQ, pionero de la mensajería instantánea, aunque solo unos pocos se le animaron. Yo no estuve entre los privilegiados, talvez por falta de dinero o de agallas. De a poco, nos fuimos atreviendo a entrar en las tinieblas de un mundo hasta entonces desconocido y de nombre cuasi pornográfico: el Hotmail. Sin tener que pagar nada a cambio, te dejaban crear una cuenta que funcionaba como si fuera el correo postal pero con la diferencia de que en un abrir de cerrar de ojos recibías, enviabas, leías y te comunicabas con tus tíos abuelos en Kuala Lumpur, sin intermediarios y sin tener que lidiar con los ortivas de los empleados del servicio postal arruinándote la fiesta con frases como "Señorita, el remitente va del otro lado del sobre" o "Señora (cómo odio que me digan señora for God's sake) para que el envío le salga $3 el sobre tiene que pesar menos de 500 gramos. Si desea mandar este sobre así como está deberá abonar un total de... dosmilsetencientosochentay sietepesoscondoscentavos". Nos ahorramos millones de pesos en envíos y retomamos contactos que creíamos perdidos para siempre. Del Hotmail a su primo el MSN: un sistema que te permitía conversar con tus contactos en tiempo real. Excelente. Y allá fuimos. Y estuvo bárbaro por un tiempo. Hasta que novias resentidas y perdedores indeseables empezaron a hacer abuso de esta nueva herramienta para elucubrar maldades. Y ya no fue tan gracioso. Nos conectábamos y poníamos la foto más divina que teníamos para lucir perfectos frente a nuestros contactos. Pero de golpe se tornó pesado conectarse y tener que comunicarse obligatoriamente. Y ahí fue cuando se inventaron los iconitos que indicaban nuestro "estado" para no tener que expresar verbalmente "No me hables si yo no te hablo porque quiere decir que me conecté para charlar con un compañero de la facu que está barbaro y que me pasó su MSN para que le pase lo que dieron el otro día en clase, y con nadie más". Y los iconitos fueron útiles durante un tiempo. Pero después la gente le empezó a tomar el tiempo a los iconitos y, atando cabos, se dio cuenta de que "Este boludo se conecta siempre como no disponible, ya vamos a ver si es tan así" y reinó el caos. Entonces decidimos no admitir a esos contactos rebelados que no respetaban nuestro momento de paz o nuestro momento de chatear con el compañero hot de la facultad. Y entonces reinó la paz nuevamente y esos contactos molestos creyeron que ya no nos conectábamos (por motivos ajenos a su incumbencia) y se quedaron tranquilos. Pero la tranquilidad no duraría mucho, ya que no mucho tiempo después algún nerd resentido (porque no basta con ser sólo nerd, porque se carece de la maldad necesaria, ni con ser sólo resentido, ya que se carece del know-how para tan maléfico emprendimiento) crearía páginas del estilo "Fijate quién te eliminó del MSN" o "Quienteadmite.com" y se acabó la joda de nuevo. Hasta que un ángel caído del cielo inventó y puso a disposición de los usuarios una de las funciones más copadas de los últimos tiempos: el paradójico "conectarse como no conectado". Y ya no hubo necesidad de filtrar gente ni de generar resentimientos innecesarios. El "conectarse como no conectado" nos dio el beneficio de la duda, que es algo que no muchos íconos se pueden jactar de dar. Y todos vivieron felices y comieron perdices.


*Llama poderosamente mi atención esta manía adquirida de capitalize (quiere decir: "escribir con mayúscula, Juli y Mari Cappellari) el término Internet, como quien capitalize (quiere decir: "escribir con mayúscula, Juli y Mari Cappellari) el término Dios. Lo dejo a su criterio.


En nuestra próxima entrega "Panaceas de ayer y hoy presentan: el Facebook".

El saber no ocupa lugar

La Juli acababa de volver de uno de sus primeros días de universidad. En el cursillo de ingreso les habían hecho completar un examen anónimo con fines exclusivamente nivelatorios, donde se analizaría el grado de los conocimientos adquiridos por los alumnos durante su paso por la escuela secundaria. Por tratarse de la carrera de abogacía, el examen hacía especial hincapié en historia.

Cucu: -"¡¡¿Y?!! ¡¡¿¿Cómo te fue Juli?!!"
La cara de ojete de la Juli lo decía todo sin hablar. El puchero gigante ocupaba gran parte de su expresión, impidiendo el paso de cualquier palabra. No obstante, insistí.
Cucu: "Ey Juli, ¿por qué la cara de Luisa?*
Con voz temblorosa, la Juli rompió el silencio y develó el misterio:
Juli -"Porque sí...Porque tuvimos que hacer un examen re difícil, y las preguntas eran una mierda...cosas que nunca me dieron en la escuela. Mirá Cucu que yo repasé y todo, ¡pero te juro que me preguntaban cosas que nada que ver!"
Cucu -"Pero como qué Juli, tranquilizate y contame...¿Cómo qué?"
Juli -"Qué se yo, Cucu, cosas como...Y casi rompiendo en llanto continuó... Cosas como "¿En qué año se formó Lagioia Lautaro? ¿Yo qué mierda sé quién es Lagioia Lautaro, Cucu!??"

Gracias a Dios y a las autoridades, el cursillo no era eliminatorio.


*Cara de Luisa: frase sustantiva de amplio uso entre los miembros de mi familia, de significado similar a expresiones como "cara de culo" aunque sin caer en la vulgaridad evidente, cuyos orígenes se remontan al gesto característico de mi bisabuela paterna, homónima.

jueves, 5 de febrero de 2009

Please Don't Die

Lo vi al Gordo conectado. Miré la hora, en 20 minutos tenía que salir para el cine o llegaba tarde. Tenía pensado ponerme linda. Miré la hora. Ahora solo restaban 19 minutos. Sacrifiqué el glamour por saludarlo, perfectamente a sabiendas de que decirle al Gordo "Che Gordo, te saludo un toque porque ya me tengo que ir" es lo mismo que clavarle un puñal. Hay gente que no tolera las minicuotas de amor. Gente para la que es todo o nada. Me acomodé los invisibles en la cabeza y me autoconvencí de que la ropa que tenía puesta zafaba. Me apropicué frente al teclado y, como siempre desde el anonimato, tipée un:
Yo: -"Holaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa"
El Gordo: -"Holaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!"
Yo: -"Ey Gordo como andás!? Te escribo un toque porque estoy saliendo para el cine. Voy a ver la última de Ben Stiller.."
El Gordo: -(Previendo lo efímero de nuestra conversación, retalió un lacónico) "Ah... Es malísima"
Yo: -"Ohhhhhhhhhhhhhhhh...en serio?"
El Gordo: -"O sea, tampoco es mala, como para pasar el rato".
Yo: -"No te puedo creer".
Hablamos un poco más, de todo un poco. Cada 5 segundos miraba el reloj de reojo, y alcanzaba a ver que el tiempo corría más rápido que de costumbre, como suele pasar en estos casos. Era hora de ir cerrando la conversación. El Gordo justo me venía diciendo que tenía cosas copadas que contarme pero que eran un poco largas para contarme por chat, que ya íbamos a hablar por teléfono. Hasta ahí todo bien. Pero pasó lo que no tenía que pasar. Me sonó el celular. En la pantallita de afuera leí: Juli. Repasé metalmente mis opciones: a) no la atiendo y la llamo camino al cine (tiempo muerto) b) y si es una emergencia? si no me hubieran llamado al fijo; la atiendo. La atendí. Era una consulta rápida. La conversación no duró ni 2 minutos, 2 escasos minutos durante los cuales distraje mi atención de la pantalla. Cuando volví a mirar, la pantalla decía lo siguiente:
El Gordo: -"O no?"
El Gordo: -(un minuto después) "Tic tac"
El Gordo: -(20 segundos después) "Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah nooooooooooooooo"
El Gordo: -(Un segundo después) "Listo"
Retomé la conversación sabiendo lo que se venía
Yo: -"Estaba hablando por teléfono"
El Gordo: -"Bueno, pero yo ahora no tengo más ganas de contarte una mierda"
Me quedaban 2 minutos.
Yo: -(A ortiva, ortiva y medio) "Ah no? Entonces sabés que? Ojalá que ahora cuando salga me choque un auto y te quedes con cargo de consciencia"
El Gordo: -"Y ojalá que yo me haga bosta esta noche en la camioneta"
Analizando las probabilidades de que algunas de las dos amenazas se haga realidad, me di cuenta de que existían altas chances (por alguna razón comencé a escuchar la musiquita de "Kaya" de Sumo) de que la que se quede con cargo de consciencia sea yo. Retiré lo dicho inmediatamente.
Yo: -"Nooooooooooooooooooo perdooooooón, por favor no te hagas bosta en la camioneta"
El Gordo: -"Y vos tratá de no tirarte abajo de un auto"
Yo: -"Lo intentaré. Loviu"
El Gordo: -"Loviu too".

A Christmas Tale

24 de diciembre de hace 4 o 5 años. Río Cuarto.
Con la Juli decidimos destinar la mañana a hacer las compras navideñas de último momento. No sé por qué motivo, se nos terminó haciendo medio tarde y ya eran pasadas las 13.30 y estábamos en veremos. Por suerte, varios negocios tenían en sus puertas y vidrieras un cartelito que decía "Horario corrido". La Juli se acordó del Viggo, que entonces era cachorrito y dijo:-Pasemos por la veterinaria así compro alimento balanceado, que me queda poquito.Así que pasamos por la veterinaria. La puerta estaba cerrada y el cartel en la puerta decía "cerrado" y más abajo tenía la foto de un perro y decía Purina Dog Chow (pero esto último no viene al caso). Haciendo caso omiso, la Juli empujó la puerta. Extrañamente, la puerta cedió. Entramos. Estaba todo semi oscuro. Había una jaula grande con tres cachorros. Cuando nos vieron entrar los perritos empezaron a llorar. La groncha de la Juli, creyendo que estaba en el campo, bate las palmas para ver si alguien venía a atendernos. (Léase onomatopeya para ruido de palmas, normalmente representadas como clap, clap, clap). Nada. La Juli me mira. Hace cara como diciendo "What pass?". La Juli se acerca al mostrador, se reclina sobre el mostrador para ver más allá. Nada. La Juli da la vuelta al mostrador. Se dirige al cuarto trasero del local. La puerta estaba abierta. Entra. Nada. Mini baño a la vista. Entra. ¡Nada!. Sale y me dice:
-"No hay nadie acá, Cucu".
E inmediatamente y con el ojo clínico de un joyero empieza a valuar en voz alta todos los artículos de valor que había en el lugar.
-"Billeteras de carpincho, esas deben salir por lo menos $40 pesos, Cucu. ¡Y mirá! ¡Hay monturas! Deben estar en el orden de los $500. Hay cintos de tiento, 3 perros de raza, accesorios..."
No conforme, abre la jaula, saca un perro y se pone a jugar con él. Creo pertinente aclarar que la veterinaria está ubicada a la vueltita del destacamento de la Policía Federal. De repente, entra un hombre. Era el negro que vende CDs truchos al lado, entre la veterinaria y la vidriera de Frávega. El hombre nos mira raro y nos pregunta:
-"¿No tendrán una escoba?"
Y la desubicada de la Juli:
-"Si, ya le alcanzo, pero me la trae enseguida".
-"Sí, sí, si el muchacho de acá siempre me la presta".
La Juli busca la escoba, se la da y el hombre se va. La Juli, ya dueña y señora, cierra la puerta.
-"¿Qué hacemos? ¿Nos vamos a la bosta o avisamos?"
La Juli va adonde está el teléfono y en dos segundos encuentra una tarjeta de teléfono y el nombre del dueño en una boleta. Llama a un número que había pegado por ahí, la atiende el contestador. La tarjeta se queda sin crédito. Me dice: -Parece que este es el apellido del dueño...(los nombres de los involucrados, excepto el mío y el de la Juli han sido cambiados) Coloccini.Con la destreza de un dealer, la Juli me da las indicaciones:
-"Andate hasta el locutorio de la esquina y busca Coloccini en la guía y llamá, deciles que nos quedamos media hora y nos vamos. Yo espero acá porque va a volver el negro a devolver la escoba y se va a robar todo y si le avisamos a la policía, va a venir la policía, se va a robar todo y lo va a inculpar al negro de los CDs".
Me voy corriendo hasta el locutorio, pido una guía. Busco en la C. Nada. Ahhh no, pero estoy buscando en Alcira Gigena, y no en Río Cuarto, qué pavota. Busco Río Cuarto, busco en la C. Coloccini. Hay tres nomás. Cool. Marco el primero. ¡Llama!. Llama, sigue llamando, sigue llamando, sigue llamando. Corto. Vamos con el segundo. ¡Llama!...Tuuuuuu, Tuuuuuuuu, Tu...
(Persona del otro lado):-"¿Hola?"
Yo: -"¿Juli?"
(Persona del otro lado): -"¡¿Cucu?!"
Yo: Cortá pelotuda, que me quedo sin plata...¿y qué carajo hacés atendiendo el teléfono!!???
La Juli corta. Finalmente, pruebo con el tercero. Me atiende una mujer, le aviso. Resulta que ella era la esposa del dueño anterior de la veterinaria, pero la habían vendido, que bueno, que ella le avisa al marido, para que el marido le avise al nuevo dueño. Buen, dale, dale. Chau. Chau. El resto de la historia es una mierda, vinieron los dueños. Ni siquiera nos dieron las gracias, nos cobraron el alimento y se acabó la historia. Pero cada vez que pienso en el momento
(Persona del otro lado):-"¿Hola?"
Yo: -"¿Juli?"
(Persona del otro lado): -"¡¿Cucu?!"
no puedo parar de reir.